Miguel Araiza: El arte de ver más allá de la imagen

Para Miguel Araiza, el cine no fue una simple afición heredada: fue una forma de ver el mundo desde la infancia. Creció entre narrativas que otros considerarían opuestas —películas con su abuelo, telenovelas con su abuela— y desde entonces entendió que toda historia, sin importar su formato, tiene el poder de transformar, provocar y revelar.

“Desde pequeño, me enseñaron a mirar más allá de la pantalla. Las historias eran una forma de entender emociones complejas, de analizar decisiones humanas, de explorar lo que muchas veces no se dice pero se sugiere”, cuenta. Esta sensibilidad se convirtió en brújula de vida. Lo llevó a estudiar cine con rigor, pero también a desarrollar una mirada crítica que hoy comparte con miles de personas a través de redes sociales, donde crea contenido que reflexiona profundamente sobre lo que consumimos y cómo lo consumimos.

Miguel no pretende tener todas las respuestas. Su intención no es dictar una forma correcta de ver el cine, sino ofrecer una perspectiva alternativa: una invitación a detenerse, a repensar. “No busco influir en decisiones personales, sino ampliar horizontes de análisis. Cuando entendí eso, empecé a comunicar con mayor libertad. Mi meta es dar herramientas, no instrucciones. Y creo que mi audiencia ha conectado justamente con esa honestidad.”

Una de las convicciones más firmes en su discurso es que todo arte es político. “Incluso aquello que pretende no serlo, adopta una postura. Vivimos en un mundo tan interconectado como cínico, y me parece fundamental reconocer el contexto en el que se crean y se reciben las obras. Todo lo que vemos habla también del tiempo en el que vivimos.” En ese sentido, la política no es un tema externo al cine, sino una de sus pasiones personales, y una herramienta para entender qué nos conmueve, qué nos molesta y por qué.

Entre sus experiencias más transformadoras como espectador, recuerda Certified Copy de Abbas Kiarostami, una película que lo obligó a cuestionar no solo qué es una relación, sino cómo entendemos la verdad emocional dentro de una narrativa. “Es un rompecabezas que te confronta con tus propias ideas. Me llevó a una reflexión íntima que ningún otro filme había provocado en mucho tiempo.”

A pesar de su formación teórica y su visión analítica, Miguel se mueve con libertad entre géneros, estilos y formatos. “No hay género con el que no conecte. He encontrado valor emocional e intelectual en todo tipo de historias, y eso enriquece mi trabajo como creador.” Su discurso abraza tanto el poder de la innovación tecnológica —admirando a cineastas como James Cameron— como el valor de la tradición, con un amor profundo por el 35mm y por directores como Martin Scorsese o Christopher Nolan, quienes han logrado equilibrar lo clásico con lo moderno sin perder identidad.

Esa búsqueda de equilibrio también se refleja en su propia creación de contenido: mantener profundidad y autenticidad en medio de una cultura dominada por la viralidad no es fácil. “Pero creo que siempre hay espacio para las ideas bien pensadas, incluso en videos de un minuto. Lo que más ha sostenido mi vínculo con la audiencia es la autenticidad. La gente reconoce cuando hay verdad.”

En el terreno de las emociones, recientemente se vio reflejado en David Kaplan, el personaje de Jesse Eisenberg en A Real Pain, una interpretación que tocó fibras personales. “Me hizo entender mejor mis propios procesos internos, cómo afronto el duelo, cómo me relaciono con los demás. A veces las historias te explican cosas que ni tú sabías que necesitabas entender.”

Aunque no se considera influencer, Miguel es sin duda una figura influyente. No por números, sino por impacto. Su forma de analizar y comunicar ha inspirado a toda una comunidad a mirar el cine —y la vida— con más profundidad, más cuestionamiento, más sensibilidad. Y si algún día decide dirigir o escribir cine, su visión estará atravesada por ese mismo compromiso: con el arte, con las emociones reales, con la política que subyace en todo, incluso en lo que parece más ligero.

Miguel Araiza no sólo ve películas. Las descompone, las habita, las comparte. Y nos recuerda que mirar también es un acto de pensar, sentir y, sobre todo, elegir cómo queremos contar nuestra propia historia.

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